¿DE DONDE PROVIENE EL PALO MONTE?
Principalmente de CABINDA, designación dada a los habitantes del territorio de Cabinda, provincia más al norte de la Republica de Angola, y que comprende numerosos clanes hermanados con un tronco genealógico común como los Bauoio, Bakongo, Basundi, Balinge, Bavili, Baiombe, Bakoki, en sus fundación, fue confiada a los reyes del antiguo Reino de Ngoyo y más propiamente a los de la región de la actual ciudad de Cabinda y alrededores, siendo pueblos que hacen parte de la grande familia bantú, por sus tradiciones, usos y costumbres.
De Cabinda llegaron a Cuba numerosos barcos cargados de esclavos, que procedían de estas etnias y que llevaron sus ritos y costumbres, que hasta hoy perduran en la isla caribeña, bajo una forma de culto que se denomina Palo Mayombe o Palo Congo. Sí bien es cierto, que esta cultura se fusiona con el culto a los Orishas, de origen Yoruba, haciendo un paralelismo, que prácticamente oculta, parcialmente sus orígenes, aún pueden encontrase vestigios de estas tradiciones, en las ramas de casas de creyentes más tradicionales.
Quién por primera vez visita Cabinda queda muy impresionado, al presenciar casas enrejadas y decoradas majestuosamente, ya sean de personas humildes, o de status social más elevado, tanto las de ladrillos como las de papiros, alineadas a lo largo de las carreteras, por entre filas de palmeras cocoteros, que prestan en los momentos de espera su sombra al viajero; su gente habladora y comunicativa, entre la cual hay siempre alguien dispuesto a informarnos en un portugués muy enrarecido, por la mezcla de los diversos dialectos, y ayudarnos en cualquiera necesidad. Ambiente, que se heredó también en Cuba, quizás la cordialidad y sencillez de nuestros guajiros sea un síntoma de la resaca de aquellos africanos, que un día colmaron nuestra población, y se fundieron para crear nuestra idiosincrasia.
Los visitantes ven en Cabinda, el paisaje dominado por la majestuosidad de los árboles ancestrales, sobre todo, en los bosques del interior y aún más en la de Mayombe de un bello verde en las copas de sus árboles, de las palmeras, coqueros, bananeras, etc.
No hay tierra en África cómo en Cabinda, para deleitarnos con el verde en todos los matices, calmados y silenciosos sus pobladores soñadores hasta la medula entre las orillas de sus ríos con una belleza indescriptible, por donde corren las aguas voluminosas de un Kiloango, de un Luáli, de un Lukula y las del serpentear del Lukola, del Lulondo, del Lubinda, del Fubu, etc. Todo bello, todo desbordante, todo rico, todo apasionante, como apasionante es, su cultura, envuelta en una mística propia que nos embelesa entre cuentos y leyendas del más profundo misticismo. Paralelismo, de una floresta abundante que también encontró el africano en Cuba, por lo que su integración fue menos traumática al menos en este sentido, y su asimilación del entorno propicio la continuidad de sus creencias, que se nutren principalmente de la naturaleza en todas sus formas y esplendor, y de las riquezas que la madre natura pone a su disposición para crear sus hechizos y rituales.
Admiramos al africano por sus gentes, con sus usos y costumbres, la belleza y hasta delicadeza de los principios y leyes familiares y sociales, el tesón «espiritual» de sus almas. Y estas, las almas, no sé si «cazan» con la facilidad con que, otrora, se podía tomar un Ngulungo a la salida de una roca, un descanso en la planicie del Iabe, una Mpakasa en el Chela o en el Liko, el Nkoko en el Ntandu Mbambi o en el Kinguingili o ver aunque con más dificultades un Nzau (elefante) en la Mayombe. Es necesario convivir con ellos, aceptar sus costumbres tradicionales, comer con ellos una muambada o invitarlos a nuestra mesa. Cosechar su amistad cuidadosamente, hacerse sentir como parte de ellos y no con intrusismo por la complejidad cultural, religiosa y social de estos pueblos bantú, se requiere de un profundo y detallado estudio de todo su entorno para entender su pensamiento y comportamiento, extrayendo así la savia de sus secretos ancestrales que nos faciliten utilizar y entender su poderosa magia.
El entorno natural donde habitan y se desarrollan estas tribus, ha sido la principal fuente de sus conocimientos y riquezas mágicas. La observación sistemática del comportamiento de los fenómenos naturales, de los animales y plantas, y su privilegiada situación geográfica, la selva de la Mayombe, les ha proporcionado un inabarcable potencial de conocimientos, trasmitidos oralmente de generación en generación, hasta nuestros días, y que llegaron a nosotros venidos de África, esa África negra impenetrable y sufrida que hasta hoy clama por su espacio y por el valor de sus principios ancestrales y su cultura más antigua que nosotros mismo.
La recopilación de datos se hace muy difícil, por el escepticismo con el que estas tribus tratan a los extranjeros, que, como yo, intento adentrarse en el místico mundo de su comportamiento social y religiosos, a los que siempre relacionan con la lamentable colonización, hecho que dificulta, aún más, las tareas de estudios en esa región africana.
Otra de las dificultades que presentan estos pueblos milenarios, es que durante mucho tiempo carecieron de escritura, lo que provoco que mucho de sus conocimientos desaparecieran, sin dejar rastro ninguno para la posteridad, no por gusto se dice que cuando en África muere un anciano muere una biblioteca con él. A pesar de todo, es un pueblo inteligente y muy capaz, que con el tiempo y no pocos esfuerzos, sean convencido de que para que su cultura y patrimonio se conserven en esta nueva era, es necesaria la divulgación de sus preceptos y valores espirituales, para que de alguna forma, se rompa con el mito caníbal y demoníaco que envuelve a la magia africanas, que durante décadas han sido muy maltratadas por la literatura occidental, acusándolos de demoníacos y atrasados cuando no hay nada más lejos de la verdad, minimizando los esfuerzo de muchos escritores y científicos – sobre todo africanos de diferentes ámbitos que sean opuesto claramente a estas tendencias oficiosas.
Mi buen amigo Tata Colense, el verdadero heredero de Ngunga día Afilica, e importante baluarte de este libro, cavilando en la mesa durante las comidas y luego, sobretodo, en las noches calientes y de luna del mes de febrero y marzo me permitió hacerme uno de ellos, entrarles en el alma a través de los conocimientos de su lengua, tradiciones e idiosincrasia. Es preciso oír mucho, estar a su lado en sus horas tristes en las horas alegres, que también las tienen.
¡Solo se hace un verdadero juicio del dolor de una pobre y vieja madre viuda, viéndola echada al lado de su único hijo muerto! ¡Sólo se siente la añoranza de quién deja una juventud holgada y amigas de niñez asistiendo, entre las doncellas, a los cánticos lúgubres de la despedida en la última noche de soltera! Y la alegría de las fiestas, comunicativas, magnetizadoras, para las cuales, la resistencia de los occidentales no daría ni para una h ora, cuando ellos las nutren noches enteras. Fue, en este encantamiento que me dejé envolver durante mi investigación, para llegar al fondo de la tradición que ya traía arraigada de mi Cuba natal.